Fundamentos para las Misiones Cristianas, Guia del Mentor, MG04
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F U N D A M E N T O S P A R A L A S M I S I O N E S C R I S T I A N A S
usando mal el simbolismo, el cual debería ser limitado al pueblo de Dios y no a nosotros como personalmente estando casados con Cristo?
El misterio de la iniquidad
A causa del elevado sentido de los principados y poderes en algunos círculos cristianos, las preguntas abundan acerca de la manera en la cual debemos hablar y pensar sobre los poderes de las tinieblas mencionados en las Escrituras. Los apóstoles tuvieron cuidado de no entrar en muchos detalles con relación a las obras internas de los demonios, o exorcismos, o proveer instrucciones sobre las regiones de las sombras. Sin embargo, parece que algunos ministerios actuales se especializan en esto. Procurando entender algunas de las altamente desarrolladas demonologías y estrategias para vencer los poderes de las tinieblas, muchos cristianos se obsesionan tanto en su caminar personal que incluso están preocupados con lo demoníaco y su influencia en sus vidas. Otros, siendo temerosos de esta clase de énfasis, por completo ignoran la frecuente mención y reportes de los encuentros de Cristo y los apóstoles con los demonios. A la luz de nuestra batalla espiritual con los gobernantes y principados, ¿cuál debería ser nuestra perspectiva sobre los poderes de las tinieblas que según Pablo dice que luchamos contra ellos en nuestro caminar cristiano (comp. Ef. 6.11ss.)? ¿Cómo debería ser una apropiada perspectiva y cristiana respuesta a la descripción de Satanás, de los demonios, y del mal en general? Según el apóstol Pablo, el corazón del ministerio apostólico es preparar al pueblo de Dios para la venidera boda con Cristo (2 Co. 11.2). El pueblo de Dios es la novia de Cristo, siendo preparada por Él para ser una novia sin fallas y hermosa, un pueblo sin mancha ni arruga (Ef. 5), en toda forma vestido para el gran día de la unión y consumación cuando el pueblo de Dios lo encontrará para nunca estar separado de su lado (1 Ts. 4.13-17). En un sentido, toda la misión y el ministerio tiene un peculiar sabor escatológico: toda labor evangelística añade al número de la novia del Cordero que habitarán en la Nueva Jerusalén, y al hacer discípulos se está preparando y alistando al pueblo de Dios para la gran unión y la boda del Cordero (Ap. 19). ¿Cómo ello afecta o debería afectar e influenciar nuestro entendimiento del ministerio, el ver a través del lente de sentir un celo divino por aquellos a quienes servimos, de desposar al pueblo de Dios a un esposo, para presentarlos como a una virgen pura a Cristo (2 Co. 11.2)? ¿Cómo pudiera esto impactar nuestra perspectiva y práctica si viéramos la misión y el ministerio como un intento de preparar al pueblo de Dios para la venidera unión con Cristo? ¿Es demasiado abstracta, demasiado simbólica, o es dramáticamente capacitadora y esclarecedora? El corazón del ministerio apostólico
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