La Busqueda del Pergrino

I N T R OD U C C I ÓN / 1 1

La Gran Aventura: Peregrinando hacia la Tierra Prometida Uno de los grandes temas de la Escritura es la idea del peregrinaje, el éxodo de los esclavos libres del clan de Jacob desde Egipto a la Tierra Prometida. Mientras que hoy en día la idea del peregrinaje espiritual implica una procesión hacia un lugar de significado religioso o al menos sagrado, para nosotros como creyentes en Cristo el concepto de peregrinar es parte de nuestra identidad. Habiendo sido llamados del mundo para ir tras la ciudad cuyo hacedor y constructor es Dios, emprendemos una travesía con un destino específico, con una ruta particular, guiados por el Espíritu de Dios mismo, con el anhelo de ver al final del camino al Gran Rey de los cielos, el Señor Jesucristo. Para los que creemos que la vida cristiana es un viaje, una búsqueda de aventura y discipulado, un mover donde nuestra fe y devoción al Dios vivo nos llevan a vivir una aventura de fe. Somos peregrinos y extranjeros en este mundo, pues pertenecemos a Cristo. Los israelitas en su camino desde Egipto fueron guiados por la nube y el fuego, los cuales descansaban sobre el Tabernáculo de día y de noche respectivamente. Éxodo capítulo 40 detalla la naturaleza de sus viajes: Cada vez que la nube salía de encima del tabernáculo, los hijos de Israel se preparaban para seguir en su viaje hacia la Tierra Prometida. Limitaban sus movimientos a la señal de la nube: si la nube no se movía de encima del tabernáculo, el pueblo de Dios no se iba hasta el día en que la nube lo hacía. Esta señal visible y tangible de la presencia del Señor, la nube del SEÑOR que estaba sobre el tabernáculo en el día, y aparecía como fuego en la noche, permanecía a la vista de todo el pueblo de Dios, y los guiaban en todos sus peregrinajes. Debe haber sido una visión extraordinaria ver la nube y el fuego cada día y noche sobre el tabernáculo, y saber que el Señor estaba guiando a su pueblo día a día, milla a milla, al lugar de su patria, a la herencia de Abraham. Lo que queda claro es que se movían según Dios les indicaba, y se quedaban en el lugar mientras la nube permanecía allí. Qué imagen tan poderosa la de Dios guiando y uniendo a la comunidad, con el tabernáculo en medio de las tribus, que peregrinaban juntos día tras día hacia el lugar que Dios les había prometido a sus siervos. ¡Qué visión, y qué aventura!

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