Orando los Salmos con Agustín y Amigos

Capítulo 1: Salmos 1–17

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Salmo 7 con Juan Crisóstomo – Orando para ser escuchado

[David ora mientras es perseguido por Cus, un benjamita.] De lo contrario, me devorarán como leones; me despedazarán y no habrá quien me libre (v. 2). Ciertamente, había formado un ejército, y tenía un gran número con él; entonces, ¿por qué dice, sin nadie que me rescate? Porque ni siquiera considera el mundo entero como ayuda si no goza de la influencia de lo alto, ni piensa en la soledad, aun estando solo, siempre y cuando cuente con la ayuda de él. Por eso también dijo: “No se salva el rey por sus muchos soldados ni por su mucha fuerza se libra el valiente” (Sal 33:16). SEÑOR mi Dios, ¿qué es lo que he hecho? ¿Qué maldad hay en mis manos? (v. 3). Ésta debe ser nuestra preocupación, no simplemente orar, sino orar de tal manera que seamos escuchados. No basta con que la oración tenga el efecto deseado, a menos que la dirijamos a Dios. Porque el fariseo oró y no logró nada (Luc 18:10–14), y nuevamente los judíos oraron, pero Dios se apartó de ellos en su oración (Is 1:15); pues no oraron como deberían haber orado. Por eso fuimos invitados a hacer la oración que tuviera más probabilidades de ser escuchada. Lo sugirió también en el Salmo 6, rogando ser escuchado no incondicionalmente sino con la condición de que hiciera un esfuerzo propio. Ahora bien, ¿qué esfuerzo fue ese? Este: “Toda la noche inundo de lágrimas mi cama, ¡mi lecho empapo con mi llanto!”. Este: “Cansado estoy de sollozar”. Este: “Apártense de mí, todos los malhechores” (Sal 6:6–8). Todo esto conquista a Dios: lamentos, lágrimas, gemidos, separarse de los malvados, vivir con temor y temblor de juicio.

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