Dios el Padre, Guia del Mentor, MG06

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D I O S E L P A D R E

malo, el judío primeramente y también el griego, [10] pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego;[11] porque no hay acepción de personas para con Dios.. Si hay algo que impide que la gente llegue a ser todo lo que Dios quiere que sea, es su tendencia a reducir a Dios a su imagen, de tomarse libertades con su bondad, de mirar Su gracia como debilidad, y pensar que Su amor nos da licencia para hacer lo malo. Verdaderamente, “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia”. (Pr. 9.10). Muchos, al interpretar el temor de Dios, le restan importancia a la angustia y el pavor hacia el Dios vivo, haciendo que en este pasaje y en otras partes de la Escritura, se refiera meramente al concepto noble de maravillarse o de reverenciar a Dios. Este texto, sin embargo, puede interpretarse legítimamente como temor genuino, pánico real, profundo temor del corazón hacia un Dios fuerte que nos muestra su bondad. Esta amabilidad abrumadora, la bondad y la gracia de Dios, según Pablo en su carta a los Romanos, “es para guiarlos al arrepentimiento”, no para convertirnos en los jueces de otros ni indiferentes en nuestra respuesta frente a la santidad de Dios. Las riquezas de la amabilidad, clemencia y paciencia de Dios deben darnos un incentivo y motivarnos a hacer el bien, buscar la inmortalidad, vivir para el Reino de Dios, exaltar al Mesías en todo lo que hacemos, cuidar a nuestros hermanos y hermanas en Cristo, y hacer discípulos en todas las naciones. En otras palabras, la bondad de Dios debe motivarle a actuar, cambiar su identidad y transformar su vida. No debemos engañarnos a nosotros ni a otros; cualquier entendimiento de la amabilidad y bondad de Dios que no produzca un sentimiento de gratitud, temor, y disponibilidad de obedecerle es pobre o defectuoso. La bondad de Dios nos permite escapar de su juicio, y casi literalmente somos salvos “en el anca de un piojo”. Abracémonos pues a la bondad de Dios, no como si la mereciéramos o alguna vez pudiéramos ganarla. No juzguemos a nadie más, sabiendo plenamente que nosotros somos salvos únicamente por la misericordia y la bondad del Señor. Por favor, no se engañe. La bondad de Dios debe guiarle al arrepentimiento y la transformación, no al juicio ni a la satisfacción propia. Deje que la bondad de Dios tome su curso en su vida, para que permanezca humilde, enfocado, y agradecido a medida que busca la inmortalidad a través de la fe en el Mesías.

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