La Busqueda del Pergrino
1 3 8 / L A B Ú S Q U E D A D E L P E R E G R I NO
para oír a que se ciñan para la batalla. Que los próximos días sean los más nobles y mejores de nuestras vidas. Rechacemos cualquier motivación egoísta o vanagloria en esta pelea, y resistamos cualquier tentación de fama o codicia. Rechazando las medallas, las riquezas, o el aplauso, avancemos sólo por la gracia. Rechazamos las pruebas sin dolor, las batallas sin sangre, y los triunfos sin lágrimas. Como nuestro Salvador, confesamos que el premio sólo se obtiene a un alto precio. Que no seamos enredados por los asuntos civiles, ni atraídos por las lujurias del mundo, y que no nos distraigamos por pequeños sueños limitados y modestos. Seamos vigilantes, permaneciendo firmes en nuestra fe, llenos de valor, y fuertes en el Señor y en el poder de Su fuerza. La lucha no es nuestra sino del Señor, y la victoria no será obtenida con poder o con fuerza sino por Su Espíritu, dice nuestro Señor. Así que pongamos nuestra vista en el premio que tenemos por delante, nuestro afecto en las cosas de arriba, y nuestros pies firmes sobre la ruta cuya entrada es pequeña y cuyo camino es angosto. Soportemos las dificultades como buenos soldados de Jesucristo, fortalecidos con toda la armadura de Dios para que podamos estar firmes en el día malo. No nos cansemos de hacer el bien, nunca estemos avergonzados de las buenas nuevas del Reino, y nunca retrocedamos de ninguna lucha por justicia, aunque sea pequeña, porque aun un vaso de agua fresca entregado en el nombre del Rey será recordado y recompensado. Aquí y ahora, volvemos a afirmar nuestra fidelidad incondicional al Rey, Jesús el Nazareno. Aquí y ahora volvemos a hacer un compromiso del corazón a disciplinarnos por causa de la piedad, para encender nuestras pasiones más santas, y para armarnos con una mente sufrida. Consagremos todo lo que somos y lo que tenemos a esta lucha, contando como un doble honor el hecho de servir a quienes pelean a nuestro lado. Esforcémonos de todas las formas por usar los dones que nuestro gran Príncipe nos ha dado, tomando valor de su ejemplo de perseverancia en la cruz. Ardamos al rojo vivo con la misma pasión santa que sintieron los profetas y los apóstoles de antaño, quienes rindieron todo lo que tenían por lo mejor de Dios, de quien este mundo no era digno. Que como ellos nos volvamos el combustible de la llama de Dios.
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