Orando los Salmos con Agustín y Amigos

Capítulo 3: Salmos 39–59

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Salmo 50 con Agustín – Viviendo a la luz del juicio venidero

Dios resplandece desde Sión, la ciudad bella y perfecta. Nuestro Dios viene, pero no en silencio; lo precede un fuego que todo lo destruye y a su alrededor ruge la tormenta (vv. 2–3). Aquellos que han comenzado a sentir la dulzura de la sabiduría y la verdad saben cuán grande es el castigo de estar separados del rostro de Dios, pero aquellos que no han probado esa dulzura, si aún no anhelan el rostro de Dios, teman al fuego; que los castigos aterroricen a los que no son conquistados por las recompensas. Si lo que Dios promete no tiene valor para ti, tiembla ante sus amenazas. La dulzura de su presencia llegará. Por ahora, no has cambiado, no has despertado, no suspiras ni anhelas. Abrazas tus pecados y los deleites de tu carne, estás amontonando leña sobre ti, el fuego llegará. Las amenazas no deberían obligarte a hacer el mal, ni deberían impedirte hacer el bien; pero por las amenazas de Dios, por las amenazas del fuego eterno, se te disuade de hacer el mal, se te invita a hacer el bien. ¿Por qué les molesta esto, si no es porque no creen? Que cada uno examine entonces su corazón y vea qué fe queda en él. Si creemos en un juicio venidero, vivamos bien. Ahora es el tiempo de la misericordia; se acerca el tiempo del juicio. Incluso, entonces la gente se arrepentirá, pero no servirá de nada. Que haya arrepentimiento ahora, mientras hay fruto de arrepentimiento; que haya tristeza de corazón y lágrimas ahora, no sea que venga y te arranque de raíz, porque cuando esto suceda, un juicio ardiente les seguirá. Que los pobres no tiemblen ante la advertencia de Dios. Lo que Dios exige de nosotros, él primero lo proporciona; sea devoto. Dios no exige lo que no ha dado, y a todas las

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