Raíces Sagradas

CAPÍTULO 8

Vivir la Vida Bautizado El Año Litúrgico y la Formación Espiritual

N unca olvidaré mi bautismo. Yo recién había confesado a Jesucristo como Señor y Salvador, después de un largo combate con las drogas y de haber estado una temporada con mi esposa con los Testigos de Jehová. A través de un milagro del Señor, mi esposa y yo fuimos liberados de nuestra conexión con los Testigos de Jehová, y aceptamos a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador. Fuimos nuevos creyentes, llenos de celo y agradecimiento y listos para hacer lo que nuestro Señor demandaba y requería. Fuimos llenos de deseo y esperanza, pasión y amor, y estábamos dispuestos, si el Señor lo permitía, a vivir el resto de nuestras vidas como siervos de Cristo. El lugar era tranquilo, con algunos de nuestros amigos presentes, en un bautisterio de una iglesia donde asistían unos amigos muy queridos. La ceremonia fue solemne, profunda y conmovedora. Ambos nos bautizamos el mismo día, reconociendo nuestra unidad con Cristo, con su pueblo, y con nuestro compromiso con el evangelio y el Reino. En ese momento y en ese lugar determinamos darle todo al Señor, para que pudiéramos reflejar a diario nuestra unión con Cristo de la mejor forma.

Pablo habló de esta unidad en su epístola a los Romanos:

Rom. 6:3-5 - ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? [4] Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.[5] Porque si

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