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Apéndices • 173

5. La centralidad de la Iglesia. La Gran Tradición confiesa confiadamente a la Iglesia como pueblo de Dios. La fiel asamblea de creyentes, bajo la autoridad del Pastor Jesucristo, es ahora el lugar y el agente del Reino de Dios en la tierra. En su adoración, comunión, enseñanza, servicio y testimonio, Cristo sigue viviendo y moviéndose. La Gran Tradición insiste en que la Iglesia, bajo la autoridad de sus subpastores y la totalidad del sacerdocio de los creyentes, es la morada visible de Dios en el Espíritu en el mundo de hoy. Con Cristo mismo como piedra angular, la Iglesia es el templo de Dios, el cuerpo de Cristo, y templo del Espíritu Santo. Todos los creyentes, vivos, muertos, y los que aun no han nacido, constituyen la comunidad única, santa, católica (universal), y apostólica. Los miembros de la Iglesia se reúnen periódicamente con otros creyentes a nivel local para adorar a Dios mediante la Palabra y los sacramentos (ordenanzas), y para dar testimonio de sus buenas obras y la proclamación del evangelio. Al incorporar nuevos creyentes a la Iglesia por el bautismo, ésta encarna la vida del Reino en su comunión, y demuestra con hechos y palabras la realidad del Reino de Dios a través de su vida juntos y en servicio al mundo. 6. La unidad de la fe. La gran tradición afirma inequívocamente la catolicidad (universalidad) de la Iglesia de Jesucristo, ocupándose de mantener la comunión y la continuidad de la adoración y la teología de la Iglesia a lo largo de los siglos (Iglesia Universal). Dado que ha habido y sólo puede haber una esperanza, llamado, y fe, la Gran Tradición luchó y se esforzó por la unidad en la palabra, en la doctrina, en la adoración y en la caridad. 7. El mandato evangélico del Cristo resucitado. La Gran Tradición confirma el mandato apostólico de dar a conocer a las naciones la victoria de Dios en Jesucristo, proclamando la salvación por gracia mediante la fe en su nombre, e invitando a todos

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