El Ministerio Facultativo, Libro De Notas Del Estudiante, SW15

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E L M I N I S T E R I O F A C U L T A T I V O

Por supuesto, podrían darse todas estas cosas a causa de nuestros errores: la pésima forma de comunicar, falta de humildad y apertura hacia otros, una comunicación poco sociable, un espíritu de juicio, poca demostración de amor al compartir el evangelio, etc. Sin embargo, existe un enemigo real, alguien que de forma magistral interfiere con la presentación de la Palabra de Dios dada a aquellos que no creen, y cuyo objetivo es atacar y socavar todo ministerio presentado en el nombre del Señor. ¿A quién nos referimos? Pablo habló acerca de lo escondido del evangelio. Es inusual que un apóstol, aunque él mismo estuviera en una prisión romana, dijera que la Palabra de Dios no podía ser encarcelada (comp. 2 Ti. 2.9 - “ . . . en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; más la palabra de Dios no está presa”). Él nos enseña que el evangelio se halla oculto debido al trabajo demoníaco del “dios de este siglo”, el diablo, quien vela el evangelio a los perdidos. Éste ha cegado sus mentes con el propósito de impedirles ver la luz del evangelio, la gloria de Cristo. Además, trata de arruinar el trabajo de aquellos que proclaman la Palabra de Dios, interfiriendo, mintiendo, desanimando e inhibiéndoles con el fin de que no comprendan en su totalidad la maravillosa y profunda salvación que Dios ofrece en Jesucristo. Sin embargo, no debemos desanimarnos ni intimidarnos. No nos predicamos a nosotros mismos; no somos el tema principal de nuestros ministerios, sino que predicamos a Jesucristo como Señor, y nosotros, al igual que Pablo, somos siervos de aquellos que escuchan y responden al mensaje de Cristo y Su Reino, manteniéndonos fieles a nuestro mensaje. Predicamos a Jesús de Nazaret como la imagen de Dios. Ese remarcable tesoro, ese asombroso evangelio habita en nosotros, quienes somos simples vasos de barro comparados con el excelente poder de la predicación, el cual pertenece a Dios y nunca a nosotros. Sólo Dios puede revelar, sólo Dios puede redimir y por lo tanto sólo Dios merece la gloria y la alabanza en el ministerio. Puede tomarnos un tiempo escudriñar en nuestras vidas ministeriales ese básico pero esencial punto. No obstante, debemos hacerlo con el objeto de prepararnos para ser vasijas del Señor, útiles en el ministerio; nunca debemos olvidar que sin la directa iluminación y poder del Espíritu Santo, no somos capaces, de ninguna forma, de guiar a las personas a los pies de Jesús a través de la fe en Él. Sin Dios el Padre, que es quien lleva las almas al Señor Jesús (Juan 6.44), si no vencemos la influencia del “hombre fuerte” para que el Señor Jesús tome despojos (Mt. 12.29-30), sin el indiscutible poder del Espíritu

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