Meras Misiones
J esús E s S eñor : E l C ariño • 35
“Señor nuestro Dios Todopoderoso que reina” (Apoc. 19:6). Todos los que están debajo de la tierra, las fuerzas cósmicas demoníacas y sus gobernantes y autoridades, todos confiesan y gritan de terror ante el señorío y la autoridad de Jesús (Mat. 8:28-34). Es extraño que, aunque los seres espirituales del mundo celestial y del inframundo no tienen dudas sobre el Señorío de Jesús, hay quienes en la tierra lo cuestionan, dudan e incluso luchan contra él. El rey David lo capturó bien en el Salmo 2:1-4: “¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, Y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, Y echemos de nosotros sus cuerdas. El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos”. Jesús es el Señor, “y el soberano de los reyes en la tierra” (Apoc. 1:5). La declaración de que Jesús es el Señor se remonta profundo en las raíces sagradas de la Gran Tradición de la Iglesia: “aquellas doctrinas, prácticas y estructuras empleadas por la Iglesia antigua en su intento de dar expresión a la verdad acerca de Jesucristo” ( Raíces Sagradas: Introducción sobre la recuperación de la gran tradición, Dr. Don. L. Davis ). Algunos dicen que estas tres palabras, Jesús es Señor , resumen la fe cristiana. La experiencia de primera mano de los Apóstoles con Jesús de Nazaret, tal como está escrita en nuestra Biblia hoy, da testimonio más de 650 veces de la verdad de que Jesús es el Señor. Este es el corazón de la predicación y proclamación apostólica: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús.” (2 Cor. 4:5). En el Día de Pentecostés, cuando la Iglesia nació por el Espíritu Santo, Pedro se presentó ante las naciones que se habían reunido en Jerusalén y confesó: “Sepa, pues, ciertisimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). El apóstol Pedro no estaba predicando una ilusión, una posibilidad o una probabilidad. Era una certeza.
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