Meras Misiones
J esús E s S eñor : E l C ariño • 41
que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram;
~ Génesis 14:18-23
Por traducción, Melquisedec significa Rey de Justicia. También es Rey de Salem, es decir, Rey de paz. Aquí tenemos un cuadro oscuro de aquel que es nuestra justicia (1 Cor. 1:30) y nuestra paz (Ef. 2:14). El escritor a los seguidores hebreos de Jesús dijo que Melquisedec, “sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre” (Heb. 7:3). Este Sacerdote del Dios Altísimo ofrece a Abram pan y vino como refrigerio de su cuerpo, los cuales recibe. Fue un anticipo de un refrigerio venidero para las almas que buscan salvación, esperanza y restauración de la comunión con el Dios Altísimo. “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gál. 4:4-5). Fue este mismo Jesús, nuestra justicia y paz, quien “Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.” (Lucas 22:19-20). Qué cuadro futuro más apropiado del Señor Jesús instituyendo la cena del Señor como recuerdo de Su cuerpo (pan) y sangre (vino) entregados para nuestra redención y reconciliación de nuestras almas. Como el pan y el vino dados a Abram para el refrigerio del cuerpo, así Jesús es nuestro refrigerio para nuestra alma. Abram, a cambio, le da a Melquisedec el diezmo de todo como ofrenda de agradecimiento. También nosotros, después de recibir la salvación en Cristo, entregamos a Dios nuestras vidas como sacrificio vivo (Rom. 12:1). Este sacrificio vivo llega hasta el punto en que “con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).
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