Orando los Salmos con Agustín y Amigos
Capítulo 7: Salmos 119:33–130
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Salmo 125 con Agustín – La herencia eterna de Dios Como rodean los montes a Jerusalén, así rodea el SEÑOR a su pueblo, desde ahora y para siempre (v. 2). Él rodea a su pueblo, y ha amurallado a su pueblo con una fortificación espiritual, para que nunca sea sacudido. Si las montañas están alrededor de Jerusalén, y el Señor está alrededor de su pueblo, el Señor une a su pueblo en un vínculo de amor y paz, para que los que confían en el Señor, así como el monte Sión, nunca sean sacudidos. No prevalecerá el poder de los malvados sobre la heredad asignada a los justos, para que nunca los justos extiendan sus manos hacia la maldad (v. 3). Por el momento los justos sufren, y por el momento los injustos a veces dominan a los justos. ¿De qué manera? A veces los injustos logran honores mundanos. Cuando han alcanzado estos logros, y han sido nombrados jueces o reyes, se les debe mostrar el honor debido a su poder. Porque Dios ha ordenado que todo poder mundano reciba honor, incluso, a veces, de aquellos que son mejores que los que están en el poder. Pero los impíos no siempre tendrán poder sobre los justos. La vara de los impíos se siente sobre los justos por un tiempo, pero no estará allí para siempre. Llegará un momento en que Cristo, apareciendo en su gloria, reunirá a todas las naciones ante él (Mat 25:32–33). Y allí veréis muchos esclavos entre las ovejas, y muchos amos entre los cabritos; y tambiénmuchos amos entre las ovejas, y muchos esclavos entre los cabritos. Porque no todos los esclavos son buenos, ni todos los amos son malos. Hay amos buenos que creen, y los hay malos. Hay siervos buenos que creen, y los hay malos. Pero mientras los buenos siervos sirvan a los malos amos, que perseveren por un tiempo, para que los justos se preparen a poseer su herencia eterna.
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