Practicando el Liderazgo Cristiano, Libro de Notas del Estudiante, SW11
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P R A C T I C A N D O E L L I D E R A Z G O C R I S T I A N O
El papel de la mujer en el ministerio (continuación)
“hombre”, también puede ser traducido “esposo”. Con tal traducción, entonces la enseñanza sería que una esposa no debe tener dominio sobre su esposo. La doctrina de una mujer que al escoger casarse, voluntariamente se predispone a someterse a “estar bajo” su esposo, está en total acuerdo con el punto esencial de la enseñanza del NT sobre la función de la autoridad en el hogar cristiano. La palabra griega jupotásso , que significa “estar bajo de” se refiere a la voluntaria sumisión de una esposa a su esposo (comp. Ef. 5.22, 23; Col. 3.18; Tito 2.5; 1 Pe. 3.1). Esto no tiene nada que ver con la suposición de un estado superior o capacidad del esposo; más bien, se refiere al diseño de dirigente, autoridad que le es dada para confortación, protección y cuidado, no para destrucción o dominio (comp. Gn. 2.15-17; 3.16; 1 Co. 11.3). Ciertamente, la cuestión de ser la cabeza es interpretada a la luz de Cristo como cabeza sobre la Iglesia y significa la clase de jefatura piadosa que debe ser exhibida, el sentido de un incansable cuidado, servicio y protección requerido de un liderazgo piadoso. Por supuesto, la amonestación a una esposa de someterse a un esposo de ninguna manera impediría que las mujeres participaran en un ministerio de enseñanza (por ej., Tito 2.4), sino más bien, que en el caso particular de las mujeres casadas, significa que sus propios ministerios estarían bajo la protección y dirección de sus respectivos esposos (Hechos 18.26). Esto confirmaría que el ministerio en la Iglesia de una mujer casada sería el de servir bajo la protectora vigilancia de su esposo, no debido a ninguna noción de capacidad inferior o espiritualidad defectuosa, sino para, como un comentarista lo ha dicho, “evitar confusión y mantener el orden correcto” (comp. 1 Co. 14.40). Tanto en Corinto como en Éfeso (que representan los cuestionados comentarios epistolares en Corintios y 1 Timoteo), parece que la restricción de Pablo acerca de la participación de las mujeres fue causada por sucesos ocasionales, asuntos que se desarrollaron particularmente de esos contextos, y por lo tanto, se supone que deben ser entendidos bajo esa luz. Por ejemplo, el caso de los muy debatidos textos sobre el “silencio” de la mujer en la iglesia (ver 1 Co. 14 y 1 Ti. 2) en ninguna manera parecen debilitar la prominente función que las mujeres tuvieron en la expansión del Reino y el desarrollo de la Iglesia en el primer siglo. Las mujeres estaban envueltas en los ministerios de profecía y oración (1 Co. 11.5), instrucción personal (Hechos 18.26), enseñanza (Tito 2.4,5), dando testimonio (Juan 4.28, 29), ofreciendo hospitalidad (Hechos 12.12) y sirviendo como colaboradoras con los apóstoles en la causa del evangelio (Flp. 4.2-3). Pablo no relegó a las mujeres a una función inferior o estado escondido, sino que sirvieron lado-a-lado con los hombres por la causa de Cristo: “Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor. Asimismo te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en la causa del evangelio, con
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