Representado la teologia

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R e p r e s e n t a n d o l a t e o l o g í a

¡Levántese Dios! (continuación)

Debemos darle gracias a Dios por su obra llena de gracia a favor nuestro en Cristo, y ser agradecidos por la oportunidad de venir ante su presencia por medio de la sangre de Cristo. Sobre todo lo demás (toda necesidad, peticiones y deseos), nuestro Dios es digno de por sí mismo de ser adorado y exaltado. Luego pasamos a la parte Admisión de nuestro tiempo de oración. Después de reconocer la gloria y la majestad del Dios y Padre de nuestro Señor Jesús, pasamos bastante tiempo admitiendo nuestras faltas y necesidades delante de Él. Aprendamos a doblegarnos delante del Señor en humilde confesión de nuestro pecado, y admitamos que no tenemos poder, que somos incapaces y estamos indefensos sin su supervisión, gracia y provisión. No escondamos nuestro pecado sino que de inmediato confesémoslo. No declaremos nuestra inocencia ni nos vanagloriemos en nuestros logros (Lc. 18.9-14), sino que honestamente humillémonos ante el Señor para que Él pueda levantarnos (1 Pe. 5.6). De hecho, Dios resiste a los orgullosos (es decir, los que pretenden ser suficientes y adecuados por su propia sabiduría, fuerza y poder) y da su gracia a los humildes (es decir, los que admiten su impotencia y desesperación delante del Señor, Stg 4.6). Finalmente, el segmento Disposición de nuestro concierto se enfoca en la gozosa dedicación de nuestras vidas al Señor para su gloria y propósitos. Durante este tiempo nos dedicamos de nuevo al Señor, afirmando nuestra muerte con Cristo y nuestra resurrección en Él a nueva vida para la gloria y alabanza de Dios (Ro. 6.1-4). Rendimos todo lo que somos y todo lo que tenemos a Cristo Jesús para que Él pueda separarnos para sus causas e intereses, y que pueda contentarse como resultado de todo lo que estamos llegando a ser, lo que estamos haciendo y los logros de nuestras vidas. Pablo trata esto cuando le escribe a los corintios en 2 Cor 5.9-10: “Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. [10] Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”. Nuestra intención y meta explícita es complacer al Señor. Por lo tanto, en oración, no pongamos la confianza en nuestra sabiduría o fuerza carnal. Además, dejemos de confiar en la sabiduría del mundo y consagrémonos por completo, dedicados a ser y a hacer cualquier cosa que el Señor Jesús demande, cualquiera que sea el precio, la dificultad o costo. En humilde oración, que miles podamos doblar nuestras rodillas al Señor en auténtico rendimiento, permitiéndole a su Espíritu el derecho y privilegio de dirigirnos dondequiera que Él lo determine, por cualquier senda y para cualquier propósito que Él nos llame (Juan 3.8). Solamente esta clase de disponibilidad incondicional y radical a Dios le permitirá usarnos cuando Él derrame su Santo Espíritu sobre las zonas urbanas de Ibero y Latinoamérica.

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