Representado la teologia

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R e p r e s e n t a n d o l a t e o l o g í a

¡Levántese Dios! (continuación)

Afirmación y reconocimiento

Las dos dimensiones finales de un concierto de oración ¡Levántese Dios! , que son Afirmación y Reconocimiento , permiten el dar testimonios y oraciones finales que afirman la verdad de Dios acerca de Él y de su intención de ganar la ciudad. Aunque reconocemos la cruel opresión y constante mal de la ciudad, a su vez afirmamos la esperanza de salvación de la misma, como en el caso de Nínive en el libro de Jonás y de Asiria, sórdida capital de la violencia, las que Dios perdonó. Al perdonar la transgresión y aplacarse del juicio de esas ciudades perdidas, vemos el profundo amor de Dios por la perdida y rebelde humanidad, y su disposición de no aplicar su juicio incluso contra la más malvada ciudad, si sus habitantes se humillan delante de Él. Si Dios perdonó a los millares que llenaban la Nínive de los tiempos bíblicos, con seguridad podemos afirmar que Él puede librar a las decenas de millones de la ciudad de Nueva York, o las docenas de millones de la Ciudad de México. La analogía es tanto bíblica como persuasiva: el Dios Todopoderoso responde al clamor de un penitente quebrantado y contrito (Sal. 34.18). En la sesión de Afirmación , afirmamos a Dios en oración y a unos y otros en testimonio lo que Dios nos ha hablado durante nuestro tiempo buscando y suplicando al Señor. Afirmamos el eterno amor de un Dios que envió a su único Hijo para nuestra redención (Juan 3.16), y nos recordamos entre sí de la histórica acción de Dios de responder cuando su pueblo, que es llamado por su nombre, se humilla, ora, busca su rostro y se arrepiente de sus malos caminos de preocupación personal, autoindulgencia y autoconfianza (2 Cr. 7.14). Dios obra en respuesta al clamarle a Él su pueblo en su aflicción, quebrantamiento y necesidad delante de Él (Dt. 26.5-10). Terminamos nuestra sesión de Afirmación con una conclusión de oraciones donde reconocemos la veracidad y soberanía de Dios. Juntos nos comprometemos a esperar en el Señor, a esperar por su venida, Él es el único que puede fortalecer nuestros corazones (Sal. 27.14). Aunque podemos cansarnos en medio de nuestras oraciones, estamos seguros que con Dios vamos a prevalecer porque estamos orando de acuerdo a su voluntad y a su corazón (Is. 40.28-31). No vamos a dudar, ni a renunciar, ni a desanimarnos (Santiago 1.5; Gál. 6.9). Si comenzamos a interceder, podemos estar tentados a titubear, pero como la viuda que molestó al juez hasta que él respondió a su favor, nos recordamos el uno al otro que debemos rogar por acción hasta que Dios responda (Lucas 18.1-8). Nuestros corazones están firmes, y estamos determinados como el patriarca Jacob a luchar con Dios, a implorarle, a asirnos de Él y no dejarlo ir hasta que nos bendiga (Gn. 32.24-32). Como Josafat, no tenemos fuerzas contra los gobernantes de las presentes

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